Son un orgullo para su familia. La Escuela 702 de Balcarce lo hizo posible. La historia del “sí, se puede”.
BALCARCE (Corresponsal)
Rosa “Chicha” Blanco y Nora Tovar son alumnas de la Escuela de Adultos 702 que funciona todas las tardes en el edificio de la Escuela 4. A sus 90 años reiniciaron sus estudios primarios. Pero para que no se sintieran tan grandes, Amabel Rodríguez, con sus 82 años, decidió también ser una alumna más.
Se trata de un establecimiento educativo y una modalidad que son una segunda familia para sus educandos. El amor y el compañerismo afloran por todos los rincones.
LA CAPITAL compartió un momento con ellas, quienes estuvieron acompañadas por la inspectora de la especialidad, Laura Gimaray, y la directora, Carolina Rodríguez.
Las tres nóveles alumnas coincidieron en que “la escuela sirve para combatir la soledad, para que nuestros hijos estén contentos y para que nos podamos organizar mejor. Ahora tenemos que hacer deberes, estudiar y estar atentas para entender lo que nos enseñan”.
Y el fiel reflejo de su crecimiento como personas lo demostraron al prestarse a la entrevista con el diario. Tal vez cuando tuvieron la edad tradicional para hacer el primario (hace 80 años atrás) no se hubieran atrevido a la exposición o al “qué dirán”. Y como dijo la directora: “hasta una de ellas dijo, no venía esta tarde el muchacho del diario”.
Rosa tiene dos hijos varones y tres nietos. “Vivo sola y me gustaba venir para tener con quien estar y hablar. Un día que pasaba por acá me decidí a entrar. Me recibieron tan bien que ya hace dos semanas que concurro”, expresó.
Y agregó que “uno de mis hijos no lo podía creer cuando se lo conté. Me abrazaba tanto y me apretaba que le dije: me vas a desarmar. Mi otro hijo también se puso contento pero vive en Mar del Plata”.
Se mostró muy gratificada y sorprendida por los nuevos formatos de enseñanza.
“Cambió mucho, ahora me gusta más, así que voy a seguir hasta que pueda. Me gustó mucho la clase de teatro”.
Y recordó que en su época era difícil para las familias educar a sus hijos. “Antes no había fotocopias, había que comprar libros. Eran otros costos y por lo general había muchos hermanos”, comentó.
Nora, es hija de una de las maestras. “Mi hija me convenció que viniera. Primero no quería y ahora no me quiero perder ni una sola clase. Me tiene que traer todos los días porque me encanta”.
Esta alumna escribió en el cuaderno su objetivo: “Quiero perseguir mis sueños que fueron postergados por ayudar a mi familia. Ahora quiero aprender y que mi nieto se sienta orgulloso de mí”, sic.
Norita está esperando que llegue Semana Santa para mostrarle la carpeta a su nieto estudia Licenciatura de Economía en La Plata.
Amabel es viuda desde hace poco y si bien se atrevió ahora sus intenciones de ir a la escuela venían de antes. “Hacía tiempo que quería venir pero mi marido no me dejaba porque tenía miedo que saliera de noche. Unas amigas venían y me mostraban lo que hacían y me daba más ganas”, recordó.
Desde su impronta contó que “es bueno venir y encontrarme con gente alegre y no estar sola. También voy aprendiendo, que es muy bueno. Escribo lo que ponen en el pizarrón y también hago los ejercicios de matemática”.
Y recordó que “en su momento, en mi casa, me mandaron a limpiar y tratar de trabajar. Lloré mucho cuando me enteré que no me podían hacer estudiar. Siempre me acuerdo de eso”.